28 sept 2011

Llueve sobre mojado

Transcurrían los meses y, a falta de un superhéroe enmascarado que me salvase de mí misma, mi relación con Emilio continuaba viento en popa y a toda vela. Ahora más que nunca estaba segura de que nuestro noviazgo era inquebrantable, que la magia que sentía cuando me abrazaba sería algo permanente, que aquel chico que me miraba con ojitos de amor se quedaría a mi lado toda la vida y que así, viviendo mi vida junto a él, viviendo nuestra vida, era cómo quería y debía pasar el resto de mis días. Mi pequeño Emilio lo tenía todo: era cariñoso, me cuidaba, me hacía reír constantemente (le puse el mote de "payasito". Patético, lo sé.), con él practicaba el mejor sexo que he tenido jamás con nadie y, aún por encima, empezaba a llevarse genial con mi hermanita Dafne. A raíz de la gran mentira de Irene, nuestra consecuente pelea y de que Estela, Mamen y Amina no vivían en mi mismo pueblo, sólo éramos tres los que quedábamos siempre para salir a dar una vuelta todas las tardes: Emilio, Dafne y yo. Al principio, mi hermana se negaba a venir, decía que ella no pintaba nada bajando con una parejita tan empalagosa y mucho menos si uno de los miembros de esa pareja era su hermana mayor y con el otro casi ni tenía trato. Yo respeté su decisión, al fin y al cabo tenía sentido que no le apeteciese ejercer de condoncito, sin embargo Emilio no se rindió y optó por intentar aprovechar el vínculo que los unía (yo) para trabar una nueva amistad.
No había pasado demasiado tiempo desde entonces cuando me percaté de que se habían hecho inseparables: ambos se tomaban la vida como algo creado para disfrutar, transmitían alegría y algo de locura. Locura de esa que todos necesitamos. Su amistad se afianzaba; se querían mucho y se lo demostraban continuamente con besos y abrazos, incluso quedaban a solas si yo tenía cosas que hacer por la tarde. Aquella situación me hacía realmente feliz; mis dos personas favoritas en el mundo entero se llevaban de maravilla ¿qué más podía pedir? Un día, me senté frente al ordenador con la intención de abrir mi messenger y quedar con Emilio para pasar una tarde a solas y queriéndonos mucho. Cuando fui a abrir mi cuenta, me di cuenta de que mi hermana se había dejado su messenger abierto y que Emilio estaba conectado, así que le hablé desde allí para ahorrarme el coñazo de andar cambiando de cuenta:
-¡Hola mi amor! :D
+Hola, mi princesita ¿cómo estás, preciosa?
-Pues mal, porque te echo mucho mucho muchito de menos ¿quedamos esta tarde a solas tú y yo?
+¡Guay! Yo también te echo muchísimo de menos, tengo ganitas de mimarte toda la tarde :)
-Pues quedamos sobre las cinco en el parque de siempre ¿vale?
+¡Jo, hasta las cinco no voy a verte! Bueeeeeeeno, vaaaaaaaaleeeeee, esperaré impaciente.
-¡Vale, genial! Un besito, te amo, payasito mío (L)
+Joder, Dafne, no me hables como tu hermana que me da mal rollo. Ya sé que tengo que dejarla pero dame tiempo.
Se me paró el corazón, no entendía nada ¿qué acaba de pasar? Cerré la sesión de mi hermana y me quedé delante del ordenador intentando organizar todas las ideas que se me pasaban por la cabeza. Apagué el ordenador y salí a la calle,necesitaba aire. Me puse a caminar sin rumbo fijo, a dónde me dirigía era lo de menos, ni yo misma lo sabía, sólo importaban mis pensamientos, las ideas me iban a 100 por hora: era imposible ¿mi hermana y mi novio? Ni de coña, no ¡con ella no, joder! Levanté la cabeza y allí estaba ella: Irene me miraba desde la ventana de su casa. Mis piernas me habían llevado inconscientemente hasta su casa, llamé a la puerta y llorando le pedí perdón. Le había jodido la vida a mi mejor amiga, la que era prácticamente mi hermana, y todo por culpa de un mentiroso. Me había enamorado del ser más egoísta que he conocido jamás; mi nube acababa de tirarme de cabeza contra el suelo. Irene no me reprochó nada, me abrazó y me escuchó atentamente. Me cuidó como sólo alguien que ha compartido su vida contigo sabe hacerlo y me propusó un plan: lo que tenía que hacer era llamar a Dafne, decirle que había quedado con Emilio a las cinco en el parque de siempre, que yo estaba muy ocupada y no podía ir, así que tendrían que pasar los dos solos la tarde. A las cinco menos cuarto Irene y yo ya estábamos allí, nos escondimos detrás de unos árboles desde los que se podía ver todo el parque pero lo bastante frondosos como para que el resto del parque no nos viese a nosotras.
El reloj daba las cinco en punto cuando apareció Dafne, se sentó en un banco y no pasaron ni tres minutos cuando vimos a Emilio. Se situó detrás de Dafne sin que ella se diera cuenta: llevaba  una rosa roja en la mano izquierda y con la otra le tapó los ojos a mi hermana, gritó un ¡SORPRESAAAAAA!, la besó en los labios con todo el amor que yo sentía por él y se quedaron allí abrazados durante lo que a mí se me antojó una torturadora eternidad. Las rodillas me temblaban, el mundo se paró, las lágrimas me impedían ver con claridad, no escuché el grito de Irene, sólo recuerdo que las piernas me fallaron y todo se volvió borroso para pasar a sumirme en la más profunda de las oscuridades.