8 ago 2011

Si tú me dices ven, lo dejo todo.

Echando la vista atrás me recordarás hablando de mi único y efectivo dogma; el mamismo. Bien, el mamismo surgió mientras celebraba mi décimo octavo cumpleaños, tras una gran tarde de romería y durante una noche de caipirinhas y amigas. Como ya he explicado en algunas entradas antiguas, el mamismo surge a raíz del comportamiento de Mamen para con los hombres y su modus operandi: fichas tu objetivo, tanteas el terreno y si no eres demasiado torpe logras llevártelo a la cama (por "cama" entiéndase también "coche", "baño público" e incluso "descampado", que nos conocemos...). Los tíos son como kleenex: de usar y tirar; siempre puedes reutilizarlos en caso de que hayan sido capaces de satisfacer tus necesidades (o no te queden más), eso sí, llega un punto en el que los has gastado tanto que terminas pringándote. Sí, esas somos nosotras, las calientapollas que le echan miraditas a tu novio mientras perreamos las unas con las otras y esperamos a que salga del baño para entrarle a saco. Nos los pasamos bien zorreando, a pesar de esconder a una insegura y patética Bridget Jones en nuestros adentros la cual espera que ese zopenco que le está sobando hasta el carnet de identidad sea el amor de su vida. Hemos llegado a un punto en el que acallar esa vocecilla que grita "¡ERES EL AMOR DE MI VIDA!" al primer borracho que se fija en el color de tus ojos, es la batalla de cada fin de semana para poder cazar a gusto. 
Con lo poco que sabes de mí podrías asegurar que esta forma de vida no es compatible con la Nekane que conoces; la niña buena y enamorada que se pasaba las horas suspirando en la ventada de su habitación esperando a su buen y adorado Romeo motorizado (Emilio en la Scooter). Es verdad, lo de ser una mujer liberada vendría bastante después ya que, antes de que el mamismo marcase mi vida, el dios Emilio era lo único en lo que yo creía: que amanecía un día con un sol brillante y resplandeciente, Emlio estaba contento; que las estrellas brillaban como nunca iluminando mi habitación, era él que me arropaba con un manto estelar; que llovía, pues estaría llorando porque me echaba de menos; que había un terremoto, se habría caído de la cama. El dios Emilio, poderoso a la par que bondadoso, era consciente de la admiración que despertaba en  nosotros ¡oh, simples mortales! y decidió, una mañana de invierno, que no era justo que yo fuese la única plebeya receptora de su amor. La proeza de cómo el dios Emilio compartió su calentón comiéndole el cuello a una "amiga" delante de todo el mundo llegó a mis oídos por boca de Irene. Esta me contó que él se había echado encima de una chica, acorralándola contra una pared, para meterle mano y besuquearla. Confusa, hablé con Emilio para pedirle una explicación de aquello, y me prometió que Irene mentía: él sólo había abrazado y besado en la mejilla a aquella chica y para demostrarlo me trajo el testimonio de uno de sus súbditos.  Irene pretendía separarme de los brazos de Emilio y yo no entendía nada ¿por qué mi mejor amiga no querría que yo fuese feliz junto al hombre de mi vida? Envidia, Irene me tenía envidia.
Nadie putea a Nekane y mucho menos un tapón de 4cm mal medidos (Irene siempre ha sido muy chiquitilla): me había mentido y, lo que era peor, había conseguido que por un segundo yo pusiese en duda la palabra de mi noble Emilio. La pequeña espartana que llevo dentro pedía guerra y Emilio aumentaba mi sed de sangre con comentarios del tipo "cada vez que me ve me mira con cara de perra y sólo busca hacerme daño" ¿Qué hacer? Fácil, la solución tenía nombre propio; Rafa. A pesar de que había sido un cabrón con ella, Irene seguía enamorada y lloriqueando por las esquinas así que yo aproveché esa información en su contra: me lié con Rafa en su cara y paseé con él de la mano durante una semana por todo el instituto (El gran y comprensivo dios Emilio nos dio su consentimiento, por supuesto). Por si Irene no estaba suficientemente jodida porque su mejor amiga no le hablase, se fuese con su ex y que medio instituto la evitase, decidimos hacerle una amena visita a su casa. Allí estábamos; Dafne, una chunga, Emilio y yo diciéndole a Irene que era lo peor que había pasado por nuestras vidas, que nadie la iba a querer ni aguantar nunca por mentirosa y que se creía que se comía el mundo cuando no levantaba ni medio palmo del suelo. Para cuando llegaron sus padres, Irene lloraba desconsoladamente en la puerta de su casa y nosotros escapábamos corriendo a carcajadas.
La venganza me estaba consumiendo; nunca era bastante, nada era suficiente ni comparable al daño que ella me había hecho. Me negaba en rotundo a perdonarla y mi compasivo Emilio se ponia de su lado: "Estoy un poquillo preocupado por ti y por Irene. No sé, me preocupáis.. no voy a negar que la razón la tienes tú ¡porque la tienes! Yo sólo te digo que Irene lo que hizo fue exagerar o, a lo mejor, lo vio mal. Tienes que tener en cuenta que las segundas oportunidades existen y que tampoco quiero que una persona que tienes como mejor amiga la pierdas por un malentendido. También es cierto que te traicionó pero ¿quién no traicionó a un amigo en algún momento de su vida? Esto te lo digo porque me pongo en su lugar y me siento mal y, si te digo la verdad, no sé por qué pero me siento como si por mi culpa se estropease una amistad. Resumiendo, me siento culpable y no me mola sentirme así. No te voy a seguir comiendo la cabeza porque no sirve de nada, sólo que sepas que si decides volver a hablarle a Irene yo te voy a seguir queriendo igual que siempre y que nunca nunca nunca te voy a dejar" ¡Qué bueno era mi niño! ¡Qué comprensivo! Casi casi se me saltan las lágrimas de la emoción... ¡Qué pena daba, la madre que me parió! ¿Pero es que nadie se atrevía a darle una colleja o una patada en la boca, directamente? 
A día de hoy, Irene y yo hablamos de esto y nos reímos; yo asumo que fui una gran hija de puta y la culpabilidad me obliga a pedirle mil perdones. Debo confesar que cada vez que recuerdo esta parte de mi vida me entran unas ganas increíbles de reventarme la cabeza contra un bordillo, ya no por haber confiado en Emilio (no hay mucho que comentar sobre alguien que suelta tal perla: "¿quién no traicionó a un amigo en algún momento de su vida?" ¿no?) sino por el daño gratuito e innecesario que le hice a Irene. Por suerte o por desgracia (me inclino más por esta última) pasaría algún tiempo hasta que yo me enterase de la verdad sobre aquella historia, y mucho más tiempo transcurriría hasta que yo me desvinculase de la iglesia del dios Emilio para siempre (de la cual me echaron a bofetones). Hay que ver ¡Si es que no aprendo ni a palos!